37. Rectificación by Manuel de Jess Galvn Lyrics
El precedente relato es un resumen fiel de lo que el cacique oyó parcial, pero acordemente, de los labios de Camacho, Mencía y Anica, quienes siguiendo el parecer de Doña Leonor, que abrió sus brazos con regocijo a la amiga que volvía a buscar su refugio entre ellos, se
pusieron de acuerdo para omitir en su narración a Enriquillo, cuando éste regresara del Bahoruco, aquellas circunstancias que pudieran llevar la exasperación al ánimo del joven cacique. Reintegraremos en todo su punto la verdad, rectificando o más bien completando sucintamente aquella relación convencional de los sucesos.
Desde que Camacho vio al estanciero de Valenzuela ordenar que la cuadrilla de indios saliera para el Hato, presumió que se trataba de algún mal propósito contra Doña Mencía, y tuvo industria para dar a Galindo la consigna de evadirse del cumplimiento de aquella orden, y estar sobre aviso. Luego que Mojica hizo salir al mismo Camacho de la casa, éste se ocultó en una choza vecina, de donde pudo oír la voz de Mencía; y reuniéndose al punto con Galindo, que
también estaba oculto cerca de allí, obraron en perfecta combinación según se ha escrito.
Por lo que respecta a la escena entre Valenzuela y Mencía, hubo una circunstancia gravísima. El joven hidalgo, tan pronto como se vio a solas con la peregrina beldad, y autorizado a todo por Mojica, creyó haber llegado al logro del objeto que más le preocupaba; y que la codiciada mujer de quien sabía que era aborrecido, estaba en sus manos, enteramente a discreción de sus torpes deseos.
Hízole efectivamente leer el papel en que se contenía la deshonra de Enriquillo y de la misma Mencía; y mientras esta tenía fijos los hechiceros ojos en aquellas líneas, trazadas con tinta menos negra que el alma del que las dictara, el liviano mancebo, éste devorando con la vista los encantos de la hermosísima joven, aguardaba ansioso, jadeante, a que concluyera su lectura.
Cuando Mencía devolvió secamente el escrito, diciendo que no lo firmaría aunque le arrancaran la vida, el inflamado libertino le respondió con vehemencia:
—¿Qué me importa ese papel? Mencía, tened compasión de mí, y no me hagáis con vuestro odio el más infeliz de los hombres… ¡Vos, reducida a vivir en esta miserable cabaña, por desdeñar mi pasión; por negaros a usar de los bienes que pongo a vuestros pies!… ¡Vos, llenando de hiel este corazón que os adora, y siendo la causa de los sufrimientos que pesan sobre vos misma
y sobre el que llamáis vuestro esposo!… Sí, Mencía: de vos depende la suerte de Enriquillo y vuestro propio bienestar. Soy capaz de todo lo malo por haceros mía: vuestro amor, la dicha de poseeros, haría de mí el mejor entre los buenos… ¡Sed piadosa, como sois bella…!
Mencía escuchaba tal lenguaje inmóvil, espantada. Comprendía que lo que pasaba en aquel terrible momento era un acto premeditado, y entraba en su ánimo el terror, creyéndose a la merced de aquel hombre, que con cínica expresión le declaraba que era capaz de
todo. Vaciló sobre el partido que debía tomar, y al cabo hizo un movimiento para huir; pero Valenzuela se abalanzó a ella como el tigre a su presa; la tomó por un brazo, y atrayéndola violentamente a sí, estrechó la bellísima cabeza contra su aleve pecho, e imprimió un ósculo
de fuego en los inertes labios de Mencía.
Entonces fue cuando la joven prorrumpió en un grito agudo, penetrante, lleno de angustia; y haciendo un esfuerzo desesperado, logró desasirse de los brazos del vil corruptor.
Lo demás fue como queda anteriormente referido. Mencía repitió con todas sus fuerzas, dos y tres veces seguidas, la voz de ¡socorro! con acento desgarrador; al mismo tiempo que esquivaba el contacto del audaz Valenzuela, que insistía en su persecución, hasta que le contuvo la inesperada presencia de Galindo y Camacho, recibiendo el violento golpe que le asestó el robusto naboría, antes de que se diera cuenta de aquella súbita agresión.
Nuestras investigaciones no han alcanzado a saber de un modo cierto lo que pasó entre Mojica y Anica antes de llegar al ruidoso desenlace de la tentativa de Valenzuela. Ella contaba que el repugnante hidalgo había pretendido reanudar la pasada amistad, haciéndole mil reflexiones y deslumbradoras promesas, a las que ella estuvo aparentando que prestaba atento oído, hasta que Mencía alzó el clamor pidiendo auxilio. Es un hecho averiguado que la joven india detestaba al grotesco galán; en lo que no hacía cosa de mérito, porque el hombre era más feo que el padre Manzanedo; y por lo mismo debemos creer a Anica todo lo que le plugo referir, sobre su honrada palabra.
Enterado Badillo del percance de sus amigos, aquella misma tarde hizo buscar a Galindo, y ponerlo en la cárcel aherrojado con el mayor rigor.
pusieron de acuerdo para omitir en su narración a Enriquillo, cuando éste regresara del Bahoruco, aquellas circunstancias que pudieran llevar la exasperación al ánimo del joven cacique. Reintegraremos en todo su punto la verdad, rectificando o más bien completando sucintamente aquella relación convencional de los sucesos.
Desde que Camacho vio al estanciero de Valenzuela ordenar que la cuadrilla de indios saliera para el Hato, presumió que se trataba de algún mal propósito contra Doña Mencía, y tuvo industria para dar a Galindo la consigna de evadirse del cumplimiento de aquella orden, y estar sobre aviso. Luego que Mojica hizo salir al mismo Camacho de la casa, éste se ocultó en una choza vecina, de donde pudo oír la voz de Mencía; y reuniéndose al punto con Galindo, que
también estaba oculto cerca de allí, obraron en perfecta combinación según se ha escrito.
Por lo que respecta a la escena entre Valenzuela y Mencía, hubo una circunstancia gravísima. El joven hidalgo, tan pronto como se vio a solas con la peregrina beldad, y autorizado a todo por Mojica, creyó haber llegado al logro del objeto que más le preocupaba; y que la codiciada mujer de quien sabía que era aborrecido, estaba en sus manos, enteramente a discreción de sus torpes deseos.
Hízole efectivamente leer el papel en que se contenía la deshonra de Enriquillo y de la misma Mencía; y mientras esta tenía fijos los hechiceros ojos en aquellas líneas, trazadas con tinta menos negra que el alma del que las dictara, el liviano mancebo, éste devorando con la vista los encantos de la hermosísima joven, aguardaba ansioso, jadeante, a que concluyera su lectura.
Cuando Mencía devolvió secamente el escrito, diciendo que no lo firmaría aunque le arrancaran la vida, el inflamado libertino le respondió con vehemencia:
—¿Qué me importa ese papel? Mencía, tened compasión de mí, y no me hagáis con vuestro odio el más infeliz de los hombres… ¡Vos, reducida a vivir en esta miserable cabaña, por desdeñar mi pasión; por negaros a usar de los bienes que pongo a vuestros pies!… ¡Vos, llenando de hiel este corazón que os adora, y siendo la causa de los sufrimientos que pesan sobre vos misma
y sobre el que llamáis vuestro esposo!… Sí, Mencía: de vos depende la suerte de Enriquillo y vuestro propio bienestar. Soy capaz de todo lo malo por haceros mía: vuestro amor, la dicha de poseeros, haría de mí el mejor entre los buenos… ¡Sed piadosa, como sois bella…!
Mencía escuchaba tal lenguaje inmóvil, espantada. Comprendía que lo que pasaba en aquel terrible momento era un acto premeditado, y entraba en su ánimo el terror, creyéndose a la merced de aquel hombre, que con cínica expresión le declaraba que era capaz de
todo. Vaciló sobre el partido que debía tomar, y al cabo hizo un movimiento para huir; pero Valenzuela se abalanzó a ella como el tigre a su presa; la tomó por un brazo, y atrayéndola violentamente a sí, estrechó la bellísima cabeza contra su aleve pecho, e imprimió un ósculo
de fuego en los inertes labios de Mencía.
Entonces fue cuando la joven prorrumpió en un grito agudo, penetrante, lleno de angustia; y haciendo un esfuerzo desesperado, logró desasirse de los brazos del vil corruptor.
Lo demás fue como queda anteriormente referido. Mencía repitió con todas sus fuerzas, dos y tres veces seguidas, la voz de ¡socorro! con acento desgarrador; al mismo tiempo que esquivaba el contacto del audaz Valenzuela, que insistía en su persecución, hasta que le contuvo la inesperada presencia de Galindo y Camacho, recibiendo el violento golpe que le asestó el robusto naboría, antes de que se diera cuenta de aquella súbita agresión.
Nuestras investigaciones no han alcanzado a saber de un modo cierto lo que pasó entre Mojica y Anica antes de llegar al ruidoso desenlace de la tentativa de Valenzuela. Ella contaba que el repugnante hidalgo había pretendido reanudar la pasada amistad, haciéndole mil reflexiones y deslumbradoras promesas, a las que ella estuvo aparentando que prestaba atento oído, hasta que Mencía alzó el clamor pidiendo auxilio. Es un hecho averiguado que la joven india detestaba al grotesco galán; en lo que no hacía cosa de mérito, porque el hombre era más feo que el padre Manzanedo; y por lo mismo debemos creer a Anica todo lo que le plugo referir, sobre su honrada palabra.
Enterado Badillo del percance de sus amigos, aquella misma tarde hizo buscar a Galindo, y ponerlo en la cárcel aherrojado con el mayor rigor.