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33. Crisol by Manuel de Jess Galvn Lyrics

Genre: misc | Year: 1882

Pero a todas las reflexiones e insinuaciones de Doña Leonor, opusieron Enrique y Mencía la negación más absoluta e inflexible. Preferían la última pobreza y la ruina total, a ningún
pacto o avenimiento con Mojica. ¿Qué dirían sus buenos protectores, Las Casas y el Almirante, cuando supieran que Enriquillo había abdicado en Mojica sus derechos y los de su esposa, poniendo el sello de su consentimiento al despojo de Mencía?

La perseverancia con que el protervo hidalgo repitió sus visitas a Doña Leonor, desplegando en ellas todos los recursos de su aptitud para el engaño y la intriga, y el candor con que la buena señora reiteró tres o cuatro veces a Enriquillo sus argumentos para que aflojara un tanto los nudos de su repugnancia a todo concierto con aquél, en pro de los intereses de Mencía, fueron despertando poco a poco en el ánimo del cacique, ya predispuesto por los desengaños recibidos de los mejores colonos, el injusto recelo de que también Doña Leonor, hasta entonces su único amparo y leal aliada, se inclinaba a la causa de sus enemigos, y se cansaba de dispensarle una amistad que a ella le atraía la malevolencia y el desvío de los principales habitantes de la villa. Sabido es cuán susceptibles hace la adversidad a sus caracteres nobles y generosos.
Enriquillo comunicó tan amargas cavilaciones a su esposa, y ambos, careciendo de casa propia, embargados en manos de Valenzuela todos los recursos patrimoniales de Mencía, resolvieron no eludir por más tiempo las consecuencias naturales del estado a que se hallaban reducidos; y aceptando de lleno la crudeza de su infortunio, declararon un día formalmente a Doña Leonor su propósito de irse a vivir al caserío de La Higuera.

Inútiles fueron las objeciones, los empeños y las súplicas de la excelente viuda para hacer desistir a sus huéspedes de semejante resolución. La humilde casa del cacique, en mitad del aduar de La Higuera, como lo había denominado con desprecio Badillo, fue preparada en poco tiempo tan convenientemente como se pudo, y Enriquillo, con gran satisfacción del viejo Camacho, se instaló en aquella pobre morada con su esposa y Anica, que siempre figuraba como encomendada a Doña Leonor, de quien se despidieron previas las más afectuosas demostraciones de gratitud, y no sin mediar muchas lágrimas sinceramente derramadas por las dos amigas.

—Vosotros me abandonáis –dijo la buena matrona en aquella ocasión–, pero yo os perseguiré con mi cariño adonde quiera que fuereis. Esperad muy pronto mi visita.

Y para comenzar su anunciada persecución, envió aquel mismo día muebles, provisiones y numerosos regalos de valor a La Higuera, donde gracias a esta solicitud generosa, y al regocijo y esmero con que Camacho, Tamayo y Anica lo arreglaban todo, el cacique y su esposa hallaron su cambio de residencia mucho más agradable y cómodo de lo que pudieran haberse prometido; y en medio de su pobreza y abatimiento experimentaron durante algún tiempo aquella serenidad de espíritu que siempre acompaña al que sabe conformarse con cualquier estado a que lo reduzca la suerte, cuando tiene limpia la conciencia, manantial único de la felicidad posible en este mundo.