12. Anica by Manuel de Jess Galvn Lyrics
Aquella joven india había vivido desde su infancia encomendada en la casa del Contador real. Don Cristóbal de Cuéllar, y por su gracia y discreción era entre todas las criadas de su raza la predilecta de la pobre María, aquella infortunada hija de Don Cristóbal, la cual no sobrevivió seis días a su forzado matrimonio con Diego Velázquez. Al embarcarse la inocente víctima para Cuba, donde había de morir virgen y con el vano título de esposa del Gobernador, fue para ella otra causa de pena no poder llevar consigo a su Anica, que así la llamó ella la primera; porque las pragmáticas vigentes prohibían sacar ningún indio de la Española para las otras islas, a causa de la despoblación ya muy sensible de aquella, según atrás queda dicho, al tratarse del repartimiento de Alburquerque.
Anica quedó, pues, en la casa de Cuéllar, hasta que el Contador real, atormentado por los remordimientos de haber inmolado su hija a cálculos egoístas, consiguió que el Rey utilizase sus servicios en otra parte, saliendo de aquellos sitios llenos todos de las para él torcedoras reminiscencias de su mártir hija. Entonces, agradecido a las oficiosidades y adulaciones de su amigo Don Pedro de Mojica, trabajó de acuerdo con él para que aquellos indios de su encomienda que mejor viniesen en cuenta al codicioso hidalgo, quedaran a su servicio o destinados a gusto suyo. Las ordenanzas de repartimientos no permitían que las mujeres indias jóvenes fuesen encomendadas a solteros, y como Don Pedro lo era, fue preciso interponer otra persona para encomendarle según su indicación a la bella y agraciada Anica, que contaba ya en aquella época diez y seis años, y sobre la cual había puesto los ojos desde el principio, con no buenos ni honestos propósitos, el corrompido Mojica.
Una, Dona Alfonsa, su amiga vieja, viuda de mala reputación, fue el agente escogido para burlar las previsiones legales, y poner la infeliz muchacha a merced de la lascivia del repugnante hidalgo: tales son comúnmente las bellezas morales de la esclavitud, institución que ha llenado de crímenes y escándalos el mundo de Colón, hasta nuestros días. Lo que debía suceder sucedió, sin que se necesite mucho esfuerzo de ingenio de parte del lector para adivinarlo.
Pero Anica tenía en el fondo de su alma una pasión pura, digna de su corazón virgen, y el grosero amor de Mojica no podía apagar ni entibiar ese afecto generoso, que se mantenía robusto y agravaba la invencible repugnancia con que la desamparada joven cedía a su triste destino, entregándose a aquel monstruo. Habitualmente acompañaba a su señora María de Cuéllar, cuando ésta era dama de honor de la Virreina y su predilecta amiga: Enriquillo se había ofrecido varias veces a sus ojos, siempre en condiciones favorables para causar en el alma ardiente de Anica una profunda impresión. Enamoróse de él perdidamente, y buscando el medio de ser correspondida, pronto se granjeó la amistad de Tamayo, que residía con el joven cacique en San Francisco; y con verdad o sin ella, las relaciones de ambos, Anica y Tamayo, so color de próximo parentesco, se establecieron e intimaron con mutuo y desinteresado cariño, toleradas por todos como las de tío y sobrina. Tamayo tenía una especie de prurito de emparentar con los seres que amaba, y ya se ha visto que su principal empeño consistía en ser también pariente, no sabemos en qué grado, de los caciques de Jaragua y del Bahoruco.
Pero Enriquillo no fue accesible a la pasión espontánea de la joven india, y aunque la trataba con amistosa afabilidad, siempre eludió con inflexible entereza cuanto pudiera alimentar en ella la esperanza de ver correspondido su inocente amor: la pobre muchacha tuvo al fin que guardarse éste en lo más recóndito de su pecho, y exhalar sus quejas y confidencias en la intimidad de sus conversaciones con Tamayo, que por lo mismo adquirió un ascendiente irresistible sobre el ánimo de Anica, dócil y obediente a todos sus consejos e indicaciones.
Esto explica la evolución ideada por Tamayo para vengar a Enriquillo y al señor Valenzuela del desaire de que había sido autor Mojica; y la facilidad con que ese plan de venganza se había llevado a efecto.
—Mujer por mujer –se decía el enérgico y fiel servidor caminando alegremente con rumbo a la Maguana–; tanto da que nos llevemos a Anica como a Mencía. Se le quita la presa de entre las garras a ese maldito Don Pedro, y no quedará gusto para reírse a costa de mis amos, por la burla hecha a Enriquillo.
A orillas del río Nigua encontró a los dos viajeros que aguardaban con impaciencia y no pocas ganas de comer: quedáronse pasmados de asombro al ver a la muchacha que llevaba consigo Tamayo. Este explicó en breves razones y con aire denodado todo lo acontecido; y, como es de presumirse, fueron grandes el escándalo y la cólera de Valenzuela y Enrique por el mal paso en que los colocaba el celo excesivo de su mal aconsejado escudero. No obstante, el viejo concluyó su regaño con estas palabras que todo lo componían:
—A lo hecho, pecho. Ni hemos de regresar a Santo Domingo a remendar este desperfecto, ni vamos a dejar esta muchacha en el camino real, como cosa perdida. Sigue con nosotros, hija, que vivirás al cuidado de tu tío Tamayo y del viejo Camacho, y nada te faltará.
Después, mientras comían con buen apetito, sentados sobre la fresca hierba, habló aparte Valenzuela con Enrique diciéndole:
—¡Vive Dios, Enriquillo! que no me pesa esta calaverada de Tamayo, antes estoy muy contento, y la creo inspiración del cielo. Que rabie Mojica, y no se ría impunemente de nosotros. ¡Ojalá hubiera algún desaforado que hiciera otro tanto al bribón de Pasamonte, que con mengua de sus cabellos blancos, tiene convertido en serrallo el depósito de los dineros del Rey!
Prosiguieron su camino, y desde la villa de Azua escribió Valenzuela una carta a su amigo Don García de Aguilar, narrándole todo lo ocurrido con Anica, y recomendándole que arreglara cualquier dificultad que pudiera sobrevenir de ese rapto, hecho en bien de la moral, y contra la corrupción de la colonia. Aguilar, que aborrecía cordialmente al perverso hidalgo, desde que supo que por su intervención había surgido la desgracia de su amigo Juan de Grijalva y María de Cuéllar, y, en memoria de ésta, ofreció no levantar mano hasta dejar frustrada ante la justicia cualquier pretensión de Mojica. Efectivamente, no bien promovió éste las diligencias de reinvindicación de su amada prenda, cuando el leal Don García acució a confundirle, poniendo de manifiesto el amaño usado en la encomienda de Anica.
El odioso personaje tuvo que sufrir con paciencia su percance, y Aguilar pudo escribir dos semanas después a Valenzuela estas líneas: “Podéis guardar tranquilamente a Anica como confiada al celo de su tío, en clase de encomendada con éste a Doña Leonor de Castilla y bajo vuestra respetable protección: Figuraba equivocadamente encomendada al licenciado Sancho Velázquez, con la nota de fuera de registro. La picardía quedó patente, y los pícaros confundidos”.
Anica quedó, pues, en la casa de Cuéllar, hasta que el Contador real, atormentado por los remordimientos de haber inmolado su hija a cálculos egoístas, consiguió que el Rey utilizase sus servicios en otra parte, saliendo de aquellos sitios llenos todos de las para él torcedoras reminiscencias de su mártir hija. Entonces, agradecido a las oficiosidades y adulaciones de su amigo Don Pedro de Mojica, trabajó de acuerdo con él para que aquellos indios de su encomienda que mejor viniesen en cuenta al codicioso hidalgo, quedaran a su servicio o destinados a gusto suyo. Las ordenanzas de repartimientos no permitían que las mujeres indias jóvenes fuesen encomendadas a solteros, y como Don Pedro lo era, fue preciso interponer otra persona para encomendarle según su indicación a la bella y agraciada Anica, que contaba ya en aquella época diez y seis años, y sobre la cual había puesto los ojos desde el principio, con no buenos ni honestos propósitos, el corrompido Mojica.
Una, Dona Alfonsa, su amiga vieja, viuda de mala reputación, fue el agente escogido para burlar las previsiones legales, y poner la infeliz muchacha a merced de la lascivia del repugnante hidalgo: tales son comúnmente las bellezas morales de la esclavitud, institución que ha llenado de crímenes y escándalos el mundo de Colón, hasta nuestros días. Lo que debía suceder sucedió, sin que se necesite mucho esfuerzo de ingenio de parte del lector para adivinarlo.
Pero Anica tenía en el fondo de su alma una pasión pura, digna de su corazón virgen, y el grosero amor de Mojica no podía apagar ni entibiar ese afecto generoso, que se mantenía robusto y agravaba la invencible repugnancia con que la desamparada joven cedía a su triste destino, entregándose a aquel monstruo. Habitualmente acompañaba a su señora María de Cuéllar, cuando ésta era dama de honor de la Virreina y su predilecta amiga: Enriquillo se había ofrecido varias veces a sus ojos, siempre en condiciones favorables para causar en el alma ardiente de Anica una profunda impresión. Enamoróse de él perdidamente, y buscando el medio de ser correspondida, pronto se granjeó la amistad de Tamayo, que residía con el joven cacique en San Francisco; y con verdad o sin ella, las relaciones de ambos, Anica y Tamayo, so color de próximo parentesco, se establecieron e intimaron con mutuo y desinteresado cariño, toleradas por todos como las de tío y sobrina. Tamayo tenía una especie de prurito de emparentar con los seres que amaba, y ya se ha visto que su principal empeño consistía en ser también pariente, no sabemos en qué grado, de los caciques de Jaragua y del Bahoruco.
Pero Enriquillo no fue accesible a la pasión espontánea de la joven india, y aunque la trataba con amistosa afabilidad, siempre eludió con inflexible entereza cuanto pudiera alimentar en ella la esperanza de ver correspondido su inocente amor: la pobre muchacha tuvo al fin que guardarse éste en lo más recóndito de su pecho, y exhalar sus quejas y confidencias en la intimidad de sus conversaciones con Tamayo, que por lo mismo adquirió un ascendiente irresistible sobre el ánimo de Anica, dócil y obediente a todos sus consejos e indicaciones.
Esto explica la evolución ideada por Tamayo para vengar a Enriquillo y al señor Valenzuela del desaire de que había sido autor Mojica; y la facilidad con que ese plan de venganza se había llevado a efecto.
—Mujer por mujer –se decía el enérgico y fiel servidor caminando alegremente con rumbo a la Maguana–; tanto da que nos llevemos a Anica como a Mencía. Se le quita la presa de entre las garras a ese maldito Don Pedro, y no quedará gusto para reírse a costa de mis amos, por la burla hecha a Enriquillo.
A orillas del río Nigua encontró a los dos viajeros que aguardaban con impaciencia y no pocas ganas de comer: quedáronse pasmados de asombro al ver a la muchacha que llevaba consigo Tamayo. Este explicó en breves razones y con aire denodado todo lo acontecido; y, como es de presumirse, fueron grandes el escándalo y la cólera de Valenzuela y Enrique por el mal paso en que los colocaba el celo excesivo de su mal aconsejado escudero. No obstante, el viejo concluyó su regaño con estas palabras que todo lo componían:
—A lo hecho, pecho. Ni hemos de regresar a Santo Domingo a remendar este desperfecto, ni vamos a dejar esta muchacha en el camino real, como cosa perdida. Sigue con nosotros, hija, que vivirás al cuidado de tu tío Tamayo y del viejo Camacho, y nada te faltará.
Después, mientras comían con buen apetito, sentados sobre la fresca hierba, habló aparte Valenzuela con Enrique diciéndole:
—¡Vive Dios, Enriquillo! que no me pesa esta calaverada de Tamayo, antes estoy muy contento, y la creo inspiración del cielo. Que rabie Mojica, y no se ría impunemente de nosotros. ¡Ojalá hubiera algún desaforado que hiciera otro tanto al bribón de Pasamonte, que con mengua de sus cabellos blancos, tiene convertido en serrallo el depósito de los dineros del Rey!
Prosiguieron su camino, y desde la villa de Azua escribió Valenzuela una carta a su amigo Don García de Aguilar, narrándole todo lo ocurrido con Anica, y recomendándole que arreglara cualquier dificultad que pudiera sobrevenir de ese rapto, hecho en bien de la moral, y contra la corrupción de la colonia. Aguilar, que aborrecía cordialmente al perverso hidalgo, desde que supo que por su intervención había surgido la desgracia de su amigo Juan de Grijalva y María de Cuéllar, y, en memoria de ésta, ofreció no levantar mano hasta dejar frustrada ante la justicia cualquier pretensión de Mojica. Efectivamente, no bien promovió éste las diligencias de reinvindicación de su amada prenda, cuando el leal Don García acució a confundirle, poniendo de manifiesto el amaño usado en la encomienda de Anica.
El odioso personaje tuvo que sufrir con paciencia su percance, y Aguilar pudo escribir dos semanas después a Valenzuela estas líneas: “Podéis guardar tranquilamente a Anica como confiada al celo de su tío, en clase de encomendada con éste a Doña Leonor de Castilla y bajo vuestra respetable protección: Figuraba equivocadamente encomendada al licenciado Sancho Velázquez, con la nota de fuera de registro. La picardía quedó patente, y los pícaros confundidos”.