La tierra de Cordoba by Jorge Isaacs Lyrics
I
¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
titán laborador,
rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos
que tornas en vergeles imperios del condor?
¿De qué nación heroica tu grandeza
en la sublime lid
que arrebató a verdugos la colombiana tierra?
¡Legión fueron tus Gracos, fue Córdoba tu Cid!
Estirpe tú del héroe de Ayacucho,
digna estirpe de él,
has hecho de tus montes su templo y su sepulcro,
al numen de tus glorias y a tus banderas fiel.
Su sangre, que vertieron asesinos...
Soberano te ungió,
y óleo de libres llevan los hijos de tus hijos.
Morir puedes luchando; vivir esclavo, ¡no!
II
Al golpe de tus cíclopes retiemblan
montañas do la red
está de las profundas y codiciadas venas
que hacen argento y oro, ya en luz, resplandecer.
Las tumbas del quimbaya y del catío
sus riquezas te dan;
tesoros de los dioses y de monarcas indios,
que descubrir no pudo el vándalo rapaz.
A tu querer y voz su curso sesgan
el Porce y el Nechí,
y en sus playados lechos recogen y te ofrendan
oro que paga Europa como el bello de Ophir.
Y tus colonos van de cumbre en cumbre
al Septentrión y al Sur,
segando vastas selvas bajo dosel de nubes:
vigor es su derecho, y su arma la segur.
Desde Anaime y Nabarco hasta las fuentes
hoscas del Guarinó,
los Andes son el huerto feraz de tu simiente,
vestíbulo de Arcadias que tu poder creó.
En él ostentan diamantinos dombos
el Tolima y el Ruiz,
gigantes ya vencidos que moles de sus hornos
lanzaron hasta el Cielo, sublimes al morir.
Como vierten raudales sus neveras,
que fecundando van
los valles que tú alfombras y pampas que el sol quema,
tu savia rica y noble al patrio suelo das.
III
En lo selvoso de azuladas cimas
el chocillo se ve,
donde al teñir la noche lejano fuego brilla...
Así nació Salento y Manizales fue.
Carbonizada la derriba humea
donde incendio voraz
tendió luctuoso manto en vez de las florestas
y retostó los bosques del alto valladar.
Volando en las negruras de la noche,
la mota deja oír
sus tristes alaridos, y en los tumbados robles
serpientes alza el viento de llama y de rubí.
En torno de su hoguera chispeadora
descansan a placer
los Hércules, oyendo burlones las historias
que cuenta de mohanes un viejo montañés;
o en el marino estruendo de las selvas
que el austro remeció,
el ronco grito escuchan del oso de las sierras,
en los ignotos valles y cumbres rey feroz.
Difúndense las sombras y el silencio...
y sólo el retumbar
repiten de tormentas lejísimas los ecos,
en antros y espesuras donde a dormirse van.
IV
Pronto las mieses ondulantes bordan
las vegas, el amor
de la cabaña linda que niños alborozan
a orillas del torrente de plácido rumor.
Entonces la oropéndola salvaje
y el tordo negriazul
anidan con sus tribus en palmas y boscajes
y anuncian las auroras de sonrosada luz.
Al viento da su prole zumbadora
la colmena montés,
y en el hogar piando su nuevo nido forma
la golondrina errante, del hombre amiga fiel.
Ubres turgentes la vacada brinda
rumiando en el gramal,
y cantos de doncellas y sus alegres risas
se oyen en las frondas lozanas del maizal.
Hay en sus voces trinos de turpiales,
dulces mimos de amor,
arrullos de palomas, caricias maternales...
susurros de sauceras do el viento revoló.
¡Bellas y pudibundas como fueron
las hijas de Jessé!
En árabe tocado rebosan los cabellos,
refulgen en sus ojos las noches de Kedén.
Efluvio exhalan de la selva virgen,
y en el talle gentil,
pudor encantos vela de Ruth casta y humilde;
¡Son un bendito germen vedado al vicio vil!
V
¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
titán laborador,
que le abres amoroso tu hogar al peregrino
y tienes para humildes virtudes galardón?
Ellas dicha y encanto a los hogares
de tus labriegos dan;
alejan de las mieses furor de tempestades,
el nimbo son de vírgenes, de los ancianos paz;
y lujo en la mansión del poderoso
que premiado se ve,
aumentan sus rebaños, agrandan su tesoro,
abierto a desvalidos que sufren hambre y sed.
Como la vid del Maipo que sarmientos
extiende a su redor,
y cuelga de los álamos y verdes limoneros
racimos que le dora y le perfuma el sol,
así tus gentes en futuros días
ciudades poblarán
al pie del Shinundúa y del nuboso Huila,
sobre los montes de oro de Atrato y Urabá.
VI
La Iberia en sus conquistas no creaba
pueblos de tu poder:
vivieron en espanto, de hinojos... turba esclava,
los que diezmó, ya indómitos, Fernando, el tigre-rey.
Del hierro, de la mita y los tributos
eran sobra rüín:
si en libertad olvidan sus glorias e infortunios,
merecen en laceria y en la opresión morir.
¿España qué les dio del Nazareno?
¿La ley de paz y amor?...
Dejó de cien naciones los insepultos huesos,
pavesas de Atahualpa, del Zipa y Guatimoc.
No bastaba la cólera divina
a herir y exterminar
Pizarros y Quesadas, Añascos y Valdivias,
que renacieron Sámanos, Morillos y Tolrás.
¡Y viven!.. En centurias engendrados
de tinieblas y horror...
La ciega prole fueron de monstruos semihumanos,
Caínes a quien piélago de sangre no sació.
Has repudiado la ominosa herencia
del ibero crüel:
ni tu labor es suya, ni suya la belleza
que gala es de tus hijas y orgullo de Israel.
No hay en ti lepra de la estirpe goda
que al vencer a Boabdil,
lanzó de sus dominios la raza poderosa
que a España hizo el emporio del mundo y su pensil.
Hoy purga la insensata su delito
de implacable crueldad,
y tú, fecundo enjambre del pueblo perseguido...
A Girardot tuviste y a Córdoba inmortal.
VII
De las vegas umbrosas del Tonusco,
a las ricas de Otún,
se tornan en ciudades tus pintorescos burgos,
y en níveas torres símbolo de amor es ya la cruz.
En las altas colinas y ribazos
los cortijos se ven,
cual las juvencas albas que dejan el rebaño
y van en las herbosas laderas a pacer.
Respiro de sus huertos la fragancia,
y figúrome oír
las fuentes retozonas que los collados bajan,
¡Canciones que de labios tan dulces aprendí!...
En esos campos la divina Ceres
a sus pechos crió
tus bardos y guerreros, tus Numas y Cleomenes,
extraños a molicies del ocio corruptor.
Eran así los siervos y señores
hermanos al nacer,
y en Palacé afilaron las garras de leones:
los igualó su gloria primero que la ley.
¡Antákieh! ¡Antákieh, redentora Edissa!
De sierva, como Agar,
se hizo libre y madre de prole bendecida:
el cedro fue bellota, y el árbol selva es ya.
En cada piedra de sus fuertes muros,
que el tiempo enmoheció,
resuena todavía la voz de sus tribunos,
el himno de victoria del pueblo triunfador.
Sobre el Cauca estruendoso el alma otea...
Limpio el cielo turquí,
los montes, en lo hondo, tapiz las agrias selvas,
Cariguañá desiertos inunda en el confín...
¡El nido allí de flores y de huríes!
A luchar y vencer
sus hijos aprendieron en las gloriosas lides,
y guardan hoy de Córdoba la tumba y el laurel.
A los dones de ufano despotismo
la muerte prefirió,
la tumba de los libres, de los jamás vencidos...
Él vive en nuestras almas, ¡eterno vencedor!
Cuando a la Patria la traición deshonra,
y noche y tempestad
el sacro monte anublan... se ha visto airada sombra,
Y espectros de sus huestes en las tinieblas hay.
VIII
En el lujoso valle do serpean
corrientes de zafir,
al sol que la enamora detiene y embelesa,
cristiana Sunamita, la hermosa Medellín.
Jazmines y floridos naranjales
sus perfumes le dan,
y arroyos de los montes descienden a brindarle
en baños de odalisca sus ondas de cristal.
¡Cómo la miro en estrelladas noches
en mis sueños aún!
Formándole cojines se agrupan los alcores,
la cubren las montañas con su azulino tul.
Hila risueña en céspede galano
al despuntar el sol:
riqueza son y orgullo coronas de sus manos;
de Aholíbah las infamias y vicios execró.
Hoy juzga... como Débora en la sombra
del añoso palmar;
y ella que a los númenes dictó la patria Historia,
en el Thabor sentencia con fuego escribirá.
¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
titán laborador,
rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos
que tornas en vergeles imperios del condor?
¿De qué nación heroica tu grandeza
en la sublime lid
que arrebató a verdugos la colombiana tierra?
¡Legión fueron tus Gracos, fue Córdoba tu Cid!
Estirpe tú del héroe de Ayacucho,
digna estirpe de él,
has hecho de tus montes su templo y su sepulcro,
al numen de tus glorias y a tus banderas fiel.
Su sangre, que vertieron asesinos...
Soberano te ungió,
y óleo de libres llevan los hijos de tus hijos.
Morir puedes luchando; vivir esclavo, ¡no!
II
Al golpe de tus cíclopes retiemblan
montañas do la red
está de las profundas y codiciadas venas
que hacen argento y oro, ya en luz, resplandecer.
Las tumbas del quimbaya y del catío
sus riquezas te dan;
tesoros de los dioses y de monarcas indios,
que descubrir no pudo el vándalo rapaz.
A tu querer y voz su curso sesgan
el Porce y el Nechí,
y en sus playados lechos recogen y te ofrendan
oro que paga Europa como el bello de Ophir.
Y tus colonos van de cumbre en cumbre
al Septentrión y al Sur,
segando vastas selvas bajo dosel de nubes:
vigor es su derecho, y su arma la segur.
Desde Anaime y Nabarco hasta las fuentes
hoscas del Guarinó,
los Andes son el huerto feraz de tu simiente,
vestíbulo de Arcadias que tu poder creó.
En él ostentan diamantinos dombos
el Tolima y el Ruiz,
gigantes ya vencidos que moles de sus hornos
lanzaron hasta el Cielo, sublimes al morir.
Como vierten raudales sus neveras,
que fecundando van
los valles que tú alfombras y pampas que el sol quema,
tu savia rica y noble al patrio suelo das.
III
En lo selvoso de azuladas cimas
el chocillo se ve,
donde al teñir la noche lejano fuego brilla...
Así nació Salento y Manizales fue.
Carbonizada la derriba humea
donde incendio voraz
tendió luctuoso manto en vez de las florestas
y retostó los bosques del alto valladar.
Volando en las negruras de la noche,
la mota deja oír
sus tristes alaridos, y en los tumbados robles
serpientes alza el viento de llama y de rubí.
En torno de su hoguera chispeadora
descansan a placer
los Hércules, oyendo burlones las historias
que cuenta de mohanes un viejo montañés;
o en el marino estruendo de las selvas
que el austro remeció,
el ronco grito escuchan del oso de las sierras,
en los ignotos valles y cumbres rey feroz.
Difúndense las sombras y el silencio...
y sólo el retumbar
repiten de tormentas lejísimas los ecos,
en antros y espesuras donde a dormirse van.
IV
Pronto las mieses ondulantes bordan
las vegas, el amor
de la cabaña linda que niños alborozan
a orillas del torrente de plácido rumor.
Entonces la oropéndola salvaje
y el tordo negriazul
anidan con sus tribus en palmas y boscajes
y anuncian las auroras de sonrosada luz.
Al viento da su prole zumbadora
la colmena montés,
y en el hogar piando su nuevo nido forma
la golondrina errante, del hombre amiga fiel.
Ubres turgentes la vacada brinda
rumiando en el gramal,
y cantos de doncellas y sus alegres risas
se oyen en las frondas lozanas del maizal.
Hay en sus voces trinos de turpiales,
dulces mimos de amor,
arrullos de palomas, caricias maternales...
susurros de sauceras do el viento revoló.
¡Bellas y pudibundas como fueron
las hijas de Jessé!
En árabe tocado rebosan los cabellos,
refulgen en sus ojos las noches de Kedén.
Efluvio exhalan de la selva virgen,
y en el talle gentil,
pudor encantos vela de Ruth casta y humilde;
¡Son un bendito germen vedado al vicio vil!
V
¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
titán laborador,
que le abres amoroso tu hogar al peregrino
y tienes para humildes virtudes galardón?
Ellas dicha y encanto a los hogares
de tus labriegos dan;
alejan de las mieses furor de tempestades,
el nimbo son de vírgenes, de los ancianos paz;
y lujo en la mansión del poderoso
que premiado se ve,
aumentan sus rebaños, agrandan su tesoro,
abierto a desvalidos que sufren hambre y sed.
Como la vid del Maipo que sarmientos
extiende a su redor,
y cuelga de los álamos y verdes limoneros
racimos que le dora y le perfuma el sol,
así tus gentes en futuros días
ciudades poblarán
al pie del Shinundúa y del nuboso Huila,
sobre los montes de oro de Atrato y Urabá.
VI
La Iberia en sus conquistas no creaba
pueblos de tu poder:
vivieron en espanto, de hinojos... turba esclava,
los que diezmó, ya indómitos, Fernando, el tigre-rey.
Del hierro, de la mita y los tributos
eran sobra rüín:
si en libertad olvidan sus glorias e infortunios,
merecen en laceria y en la opresión morir.
¿España qué les dio del Nazareno?
¿La ley de paz y amor?...
Dejó de cien naciones los insepultos huesos,
pavesas de Atahualpa, del Zipa y Guatimoc.
No bastaba la cólera divina
a herir y exterminar
Pizarros y Quesadas, Añascos y Valdivias,
que renacieron Sámanos, Morillos y Tolrás.
¡Y viven!.. En centurias engendrados
de tinieblas y horror...
La ciega prole fueron de monstruos semihumanos,
Caínes a quien piélago de sangre no sació.
Has repudiado la ominosa herencia
del ibero crüel:
ni tu labor es suya, ni suya la belleza
que gala es de tus hijas y orgullo de Israel.
No hay en ti lepra de la estirpe goda
que al vencer a Boabdil,
lanzó de sus dominios la raza poderosa
que a España hizo el emporio del mundo y su pensil.
Hoy purga la insensata su delito
de implacable crueldad,
y tú, fecundo enjambre del pueblo perseguido...
A Girardot tuviste y a Córdoba inmortal.
VII
De las vegas umbrosas del Tonusco,
a las ricas de Otún,
se tornan en ciudades tus pintorescos burgos,
y en níveas torres símbolo de amor es ya la cruz.
En las altas colinas y ribazos
los cortijos se ven,
cual las juvencas albas que dejan el rebaño
y van en las herbosas laderas a pacer.
Respiro de sus huertos la fragancia,
y figúrome oír
las fuentes retozonas que los collados bajan,
¡Canciones que de labios tan dulces aprendí!...
En esos campos la divina Ceres
a sus pechos crió
tus bardos y guerreros, tus Numas y Cleomenes,
extraños a molicies del ocio corruptor.
Eran así los siervos y señores
hermanos al nacer,
y en Palacé afilaron las garras de leones:
los igualó su gloria primero que la ley.
¡Antákieh! ¡Antákieh, redentora Edissa!
De sierva, como Agar,
se hizo libre y madre de prole bendecida:
el cedro fue bellota, y el árbol selva es ya.
En cada piedra de sus fuertes muros,
que el tiempo enmoheció,
resuena todavía la voz de sus tribunos,
el himno de victoria del pueblo triunfador.
Sobre el Cauca estruendoso el alma otea...
Limpio el cielo turquí,
los montes, en lo hondo, tapiz las agrias selvas,
Cariguañá desiertos inunda en el confín...
¡El nido allí de flores y de huríes!
A luchar y vencer
sus hijos aprendieron en las gloriosas lides,
y guardan hoy de Córdoba la tumba y el laurel.
A los dones de ufano despotismo
la muerte prefirió,
la tumba de los libres, de los jamás vencidos...
Él vive en nuestras almas, ¡eterno vencedor!
Cuando a la Patria la traición deshonra,
y noche y tempestad
el sacro monte anublan... se ha visto airada sombra,
Y espectros de sus huestes en las tinieblas hay.
VIII
En el lujoso valle do serpean
corrientes de zafir,
al sol que la enamora detiene y embelesa,
cristiana Sunamita, la hermosa Medellín.
Jazmines y floridos naranjales
sus perfumes le dan,
y arroyos de los montes descienden a brindarle
en baños de odalisca sus ondas de cristal.
¡Cómo la miro en estrelladas noches
en mis sueños aún!
Formándole cojines se agrupan los alcores,
la cubren las montañas con su azulino tul.
Hila risueña en céspede galano
al despuntar el sol:
riqueza son y orgullo coronas de sus manos;
de Aholíbah las infamias y vicios execró.
Hoy juzga... como Débora en la sombra
del añoso palmar;
y ella que a los númenes dictó la patria Historia,
en el Thabor sentencia con fuego escribirá.