La historia verdadera de la conquista de la Nueva España by Bernal Daz del Castillo Lyrics
DE LA GRAN BATALLA QUE HUBIMOS CON EL PODER DE TLASCALA
Otro día de mañana que fue cinco de setiembre pusimos los caballos en concierto, que no quedó ninguno de los heridos que allíno saliesen para hacer cuerpo y ayudasen lo que pudiesen; y apercibidos los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacén, unos armando, otros soltando, y los escopeteros por el consiguiente, y los de espada y rodela con la estocada o cuchillada que diésemos que pasasen las entrañas porque no se osasen juntar tanto como la otra vez; y la artillería bien apercibida iba.
No habíamos andado medio cuarto de legua cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus divisas y mucho ruido de trompetillas y bocinas. Aquí había bien que escribir y ponerlo en relación lo que en esta peligrosa y dudosa batalla pasamos, porque nos cercaron por todas partes tantos guerreros, que se podría comparar como si hubiese unos grandes prados de dos leguas de ancho y otras tantas de largo y en medio de ellos cuatrocientos hombres. Así era: todos los campos llenos de ellos y nosotros obra de cuatrocientos , muchos heridos y dolientes. Y supimos cierto que esta vez venían con pensamiento que no habían de dejar ninguno de nosotros con vida.
Pues comenzaron a romper con nosotros, ¡qué granizo de piedras de los honderos! Pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquier arma y
las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y rodela y de otras mayores que espadas, como montantes, y lanzas ¡qué prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimas gritas y alaridos! Nosotros nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez
pasada. Los de a caballo estaban tan diestros y hacínalo tan varonilmente que después de Dios que es el que nos guardaba ellos fueron fortaleza. Una cosa nos daba la vida, y era que como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacían mucho mal, y además de esto no se sabían capitanear, porque no podían allegar todos los capitanes con sus gentes; y a lo que supimos, desde la otra batalla pasada habían tenido pendencias y rencillas entre el capitán Xicotenga con otro capitán hijo de Chichimecatecle, sobre
que decía un capitán al otro que no lo había hecho bien en la batalla pasada.
Otro día de mañana que fue cinco de setiembre pusimos los caballos en concierto, que no quedó ninguno de los heridos que allíno saliesen para hacer cuerpo y ayudasen lo que pudiesen; y apercibidos los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacén, unos armando, otros soltando, y los escopeteros por el consiguiente, y los de espada y rodela con la estocada o cuchillada que diésemos que pasasen las entrañas porque no se osasen juntar tanto como la otra vez; y la artillería bien apercibida iba.
No habíamos andado medio cuarto de legua cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus divisas y mucho ruido de trompetillas y bocinas. Aquí había bien que escribir y ponerlo en relación lo que en esta peligrosa y dudosa batalla pasamos, porque nos cercaron por todas partes tantos guerreros, que se podría comparar como si hubiese unos grandes prados de dos leguas de ancho y otras tantas de largo y en medio de ellos cuatrocientos hombres. Así era: todos los campos llenos de ellos y nosotros obra de cuatrocientos , muchos heridos y dolientes. Y supimos cierto que esta vez venían con pensamiento que no habían de dejar ninguno de nosotros con vida.
Pues comenzaron a romper con nosotros, ¡qué granizo de piedras de los honderos! Pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquier arma y
las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y rodela y de otras mayores que espadas, como montantes, y lanzas ¡qué prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimas gritas y alaridos! Nosotros nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez
pasada. Los de a caballo estaban tan diestros y hacínalo tan varonilmente que después de Dios que es el que nos guardaba ellos fueron fortaleza. Una cosa nos daba la vida, y era que como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacían mucho mal, y además de esto no se sabían capitanear, porque no podían allegar todos los capitanes con sus gentes; y a lo que supimos, desde la otra batalla pasada habían tenido pendencias y rencillas entre el capitán Xicotenga con otro capitán hijo de Chichimecatecle, sobre
que decía un capitán al otro que no lo había hecho bien en la batalla pasada.